jueves, junio 07, 2012

Desde la prisión

gerardohernandez

Por Saul Landau y Danny Glover
Visitamos a Gerardo Hernández por quinta vez y, como de costumbre, su ánimo parecía mayor que el nuestro, a pesar del hecho de que se encuentra en una prisión federal de máxima seguridad.

Gerardo y otros tres agentes de la Inteligencia cubana se acercan a su décimo cuarto año de encarcelamiento -cada uno en una penitenciaría federal distinta. A René González, el quinto miembro de los Cinco de Cuba, le fue concedida la libertad bajo palabra después de cumplir trece años, pero no le está permitido abandonar el sur de la Florida hasta pasados otros dos años y medio.


El uniforme que le dieron a Gerardo ese día parece mayor por lo menos en tres tallas. Pero el mono color beige que tan mal le queda no afecta la sonrisa de Gerardo ni su cálido abrazo cuando nos recibe.

Él había visto algunas emisiones recientes del programa “Situation Room” de CNN, en los cuales Wolf Blitzer entrevistó a una variedad de personalidades: la secretaria de Estado Hilary Clinton, Victoria Nuland (vocero de Prensa de la Secretaría), Alan Gross (culpable de actividades contra el régimen en Cuba), y Josefina Vidal (jefa de la dirección de EE.UU. en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba). Ellos presentaron sus opiniones acerca de la justicia o injusticia en los casos de Gross y de los Cinco.

Cuba envió a los Cinco al sur de la Florida en la década de 1990 para detener el terrorismo en Cuba, porque es ahí donde se realizaron los planes para las bombas en hoteles, bares y clubes, explicó él. En 2009 “Gross llegó a Cuba como parte de un plan de EE.UU. para promover un ‘cambio de régimen’,” aseguró Gerardo.

Gross parecía estar desesperado cuando habló con Wolf Blitzer en el “Situation Room” de CNN. Describió su confinamiento en un hospital militar: “Es como una prisión, con barrotes en las ventanas” ¿Habrá olvidado que fue condenado a 15 años de prisión?

Para Gerardo los barrotes, alambre espinoso, gruesas puertas de metal operadas electrónicamente y guardas que vigilan y periódicamente le gritan órdenes describe su vida diaria de rutina en la prisión federal de Victorville.

Gerardo se come un sándwich de pasta rosada que compramos en la máquina de la sala de visitas y calentamos en el microondas. Masticamos comida basura -toda comprada en el mismo sádico aparato que ofrece varios tipos de veneno.

Otros prisioneros, la mayoría condenados por tráfico de drogas, están sentados con esposas o acompañantes femeninos y niños, bajo la atenta mirada de tres guardas sentados en una plataforma suspendida. Los hombres uniformados ríen e intercambian rumores de prisión; nosotros hablamos del caso de Gerardo.

La jueza federal en Miami lo condenó a dos cadenas perpetuas consecutivas, además de 15 años, por conspiración para cometer asesinato y conspiración para realizar espionaje. Gerardo se convirtió en víctima de una extraña noción de la justicia en Miami, donde el fiscal de EE.UU. no presentó una pizca de evidencia que sugiriera que Gerardo Hernández sabía del plan de La Habana para derribar a dos aviones que volaron en el espacio aéreo cubano (”asesinato”); ni que tenía control sobre o desempeñara un papel en lo que sucedió el 24 de febrero de 1996, cuando dos MiG cubanos de combate dispararon cohetes contra los aviones de Hermanos al Rescate y mataran a los pilotos y copilotos -tal como Cuba había advertido al gobierno norteamericano que haría si continuaban los vuelos ilegales.

Es más, la evidencia demuestra un cuadro muy diferente de lo que Gerardo Hernández sabía en realidad. Difícilmente la Seguridad cubana fuera a informar a un agente de nivel medio de una decisión tomada por los líderes cubanos, después de haber enviado advertencias a Washington en varias oportunidades, de derribar aviones violadores del espacio aéreo.

Es más, como demuestra un nuevo libro de Stephen Kimber, “los memos en ambas direcciones entre La Habana y sus oficiales de terreno antes de que los MiG dispararan sus cohetes contra los aviones de Hermanos al Rescate dejan en claro que todo se hizo sobre la base de lo que era necesario saber -y Gerardo Hernández no necesitaba saber lo que los militares cubanos estaban considerando”. (Derribo: la verdadera historia de Hermanos al Rescate y los Cinco de Cuba. Disponible como libro electrónico.)
Gerardo, al igual que el gobierno cubano, insiste en que los aviones fueron derribados en el espacio aéreo cubano, no sobre aguas internacionales como asegura Washington. Pero la Agencia de Seguridad Nacional, que posee imágenes satelitales del fatal hecho, se ha negado a entregarlas.

Los aviones de Hermanos habían violado el espacio aéreo cubano durante más de medio año (1995-1996) antes de que los derribaran. Cuba había alertado a la Casa Blanca en varias oportunidades, y un funcionario del Consejo de Seguridad Nacional había escrito a la Autoridad Federal de Aviación que retirara a los pilotos de Hermanos sus licencias de vuelo -en vano.

Los agentes cubanos de inteligencia que se infiltraron en Hermanos al Rescate informaron a La Habana que José Basulto, el jefe de Hermanos, había probado con éxito armas aire-tierra que pudiera usar contra Cuba. Para el país, Hermanos al Rescate se había convertido en una amenaza a la seguridad.

Sin embargo, los documentos de la NSA nunca llegaron al tribunal. Ni tampoco el abogado de Gerardo pudo obtenerlos para las apelaciones.

La exoneración por conspiración para el asesinato del caso de Gerardo reside en establecer un simple hecho: si el derribo ocurrió en el espacio aéreo cubano, no se cometió delito.

En cuanto a la conspiración para realizar espionaje, el gobierno se basó en la admisión por parte de Gerardo de ser un agente de la inteligencia cubana, en vez de tratar de demostrar que él intentó obtener documentos secretos del gobierno o cualquier material clasificado. La tarea de Gerardo era evitar los ataques terroristas contra Cuba por parte de exiliados cubanos en Miami, no la penetración de agencias secretas del gobierno de EE.UU.

La justicia en la República Autónoma de Miami llevó a cinco antiterroristas a prisión. Gerardo sonríe, quizás su manera de decirnos que sigue convencido que hizo lo que debía, lo que significa que se ha mantenido firme en sus convicciones. Nos preguntamos si nosotros podríamos soportar 14 años de confinamiento de máxima seguridad.

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