martes, julio 09, 2013

En el aniversario 60 del Asalto al Cuartel Moncada

Por Marta Rojas • La Habana, Cuba 
Tomado de La Jiribilla 





Algunas fechas, por su simbolismo, trazan etapas de un pueblo, una nación y hasta de un continente. En este caso, se encuadra el aniversario 60 del asalto al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba, hecho liderado y encabezado por el joven abogado Fidel Castro Ruz, y que aconteció el 26 de julio de 1953. Ese año, se celebraba el centenario de José Martí, uno de los patricios e intelectuales más representativos y universales de América, quien reconoció desde temprano a Simón Bolívar como el gran libertador de nuestro continente. Cuando, perseguido por el colonialismo español, y en su peregrinar por el mundo llegó un día Caracas, aún sin quitarse el polvo del camino —como escribiría él mismo—, fue a rendirle a Bolívar, ante su estatua, testimonio de su grandeza.


Por su parte, los jóvenes que integraron el movimiento revolucionario —entonces sin nombre— para asaltar el Moncada, en voz de su líder reivindicaban la memoria de Martí, en el año de su centenario; y en la propia voz de Fidel, durante el juicio que se le celebró en dos etapas por el asalto armado a la segunda fortaleza militar de la tiranía que pretendían derrocar aquel día —hoy el memorable 26 de julio—, el joven abogado proclamó ante los magistrados de la sala del Tribunal y el casi centenar de soldados que la guardaban, que el verdadero autor del asalto al Moncada era José Martí. En ese momento dejaba sentado cuán importante es la defensa de las ideas. De cierta forma comenzó entonces lo que en Cuba se identificó muchos años después como “Batalla de ideas”.

Imagen: La Jiribilla

Volviendo a las fechas —casualidades y causalidades históricas—: el asalto al Moncada es una respuesta revolucionaria armada al artero golpe militar de Fulgencio Batista, quien desde los años 30 del siglo pasado fue el “hombre fuerte” de los gobiernos de EE.UU., estuviera o no en poder —lo estuvo en tres ocasiones y su expediente se tiñó de sangre—. El impopular golpe de estado había ocurrido un año antes del asalto al Moncada, el 10 de marzo de 1952. 

Justamente, habían transcurrido 52 años del cese del colonialismo español en Cuba y por tanto en toda América Latina, en tanto Cuba fue la última colonia española en este continente. 

El cese de España como metrópoli en la Isla, abrió el comienzo de la primera intervención yanqui. Fue arriada la bandera española y, en su lugar, enarbolada la de los nuevos “dueños”. 

Los cubanos no cesaron en su empeño de gobernarse. La autovoladura de la fragata militar yanqui Maine, en la bahía de La Habana, fue el pretexto para la intervención de las tropas norteamericanas en la guerra anticolonial que, de hecho, ya tenía ganada el Ejército Libertador cubano. Santiago de Cuba, fue el escenario escogido; la playa de Daiquirí el terreno que les resultó idóneo: allí mezclaron los marines el ron con azúcar y cítrico para festejar su invasión.

Es con el golpe militar de 1952 que se quiebra la débil república constitucional, avalada por su Constitución republicana —por cierto, una de las más adelantadas del continente que, incluso, proscribía el latifundio—. Esta carta Magna había sido adoptada en 1940, en medio de la Segunda Guerra Mundial, contra el nazismo. Las circunstancias históricas convocaban a luchas por el mal mayor, el dominio de Hitler, y Batista, el “hombre fuerte” para Washington en Cuba, hizo valer esa premisa, dejando que la voluntad de los cubanos se hiciera patente en una nueva Constitución, además, progresista, en la cual jugaron un papel importante delegados de izquierda, democráticos, e incluso los comunistas cubanos.

En ese  fatídico año de 1952, se cumplía medio siglo de vida republicana, y de no haber ocurrido el golpe militar se habrían celebrado elecciones generales y habría triunfado un partido político de masas, que se acreditó el liderazgo bajo la consigna “Vergüenza contra dinero”, combatió enérgicamente la corrupción y se ganó el apoyo de todas las capas sociales y edades de la población. A ese Partido, conocido en Cuba como Ortodoxo (Partido del Pueblo Cubano), pertenecía el joven abogado Fidel Castro Ruz, quien aspiraba —y la hubiera conseguido arrolladoramente— a un acta de representante a la Cámara en las elecciones que se debían celebrar el 1ro. de junio de 1952. Su compañera de fórmula electoral, aspirante a senadora, era la reconocida intelectual Calixta Guiteras, hermana del líder asesinado en El Morillo por orden del entonces coronel Batista, como Jefe del ejército tras el Machadato.
 
Los ortodoxos tenían un símbolo: la conducta intachable de su fundador y guía, el Dr. Eduardo Chibás, quien se había privado de la vida dramáticamente, luego de un encendido discurso acusatorio sobre la corrupción reinante en el país. Este discurso, que forma parte de la historia de Cuba y al que aludiría Fidel en el juicio del Moncada, se identifica como “El último aldabonazo”, palabras finales del llamado hecho por Chibás.

Casi todos los jóvenes que integraron la hueste revolucionaria que asaltó, el 26 de julio de 1953, el Cuartel Moncada (en Santiago de Cuba), y el Carlos Manuel de Céspedes (en la ciudad de Bayamo), provenían de las filas juveniles, las más avanzadas, de aquella organización política.

Estos antecedentes, someramente explicados, tienen la importancia que el propio Fidel le da a la historia. En un taller científico con motivo del aniversario 50 del Movimiento 26 de Julio (fundado luego de la salida de Fidel de prisión en 1955) fue aprobada una Declaración Final, en presencia del propio fundador y jefe del Movimiento (Fidel), que toma la siguiente formulación del Comandante en Jefe: “la historia, más que una minuciosa y pormenorizada crónica de la vida de un pueblo, es base y sostén para la elevación de sus valores morales y culturales, para el desarrollo de su ideología y su conciencia; es instrumento y vehículo de la Revolución”.

En cuanto a la Declaración Final del mencionado taller, es interesante destacar cómo en ella se ratificaron los principios enarbolados por Fidel en el juicio del Moncada 1, iniciado el 21 de septiembre de 1953, y ratificados en su histórico alegato conocido como La Historia me Absolverá, pronunciado por él el 16 de octubre del propio año, en un pequeño cuarto de un hospital. Lógico, “parecería que la justicia estaba enferma”. Dice un párrafo: “...en la acción del Movimiento 26 de Julio estuvieron presentes los principios éticos, programáticos y políticos que animaron las luchas por la independencia nacional y la plena soberanía de la nación cubana, desde Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y Martí —en cuya ética, acción y pensamiento encontró las raíces esenciales de su accionar y su doctrina—, hasta Mella, Guiteras y Chibás, y que, la integración orgánica de estas fuentes con el pensamiento y la práctica revolucionarios aportados por el marxismo-leninismo (ya en la Revolución triunfante) proveyó el basamento de ideas que mostraron el camino hacia la nueva sociedad”.

El Moncada fue la continuación histórica de la lucha emprendida por el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, propietario de un ingenio azucarero, que el 10 de octubre de 1868 se levantó en armas contra el colonialismo español en su finca, y —algo inédito entre los alzamientos independentistas en América— su primer acto fue hacer tañer la campana del Ingenio para reunir a los esclavos y proclamar que, desde ese momento, todos eran hombres libres y que aquellos que quisieran se les unieran para juntos conquistar la libertad de Cuba. Al igual que él, otros próceres separatistas del oriente del país  liberaron a sus esclavos y con ellos, como cubanos todos, integraron la nacionalidad en el curso de los diez primeros años de guerra de independencia, etapa en la cual surgieron líderes de extracción modesta, entre ellos muchos negros y mulatos, como el General Antonio Maceo y Grajales, el Titán de Bronce, hijo de una venezolano y una cubana.

En el juicio del Moncada, al que tuve el privilegio de asistir como novel periodista, se suscitó el siguiente diálogo con el Fiscal, durante el interrogatorio a Fidel:

—Dígame, joven. ¿Con qué prestigio político contaba Ud. para creer que un pueblo entero se le uniría y más un pueblo tan descreído y tantas veces engañado como el de Cuba?

A Fidel lo irritó la pregunta. Alzó la voz para responder al fiscal y despaciosamente le dijo:

—Con el mismo prestigio con que contaba el abogadito Carlos Manuel de Céspedes, cuando dio el Grito de Yara. Con el mismo prestigio con que contaba el mulato arriero Maceo cuando se alzó en la manigua redentora, entonces no era el Maceo de la Protesta de Baraguá, ni el Maceo de la Invasión, ni el Maceo que supo predicar que era peligroso contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso, refiriéndose a los Estados Unidos de Norteamérica. En aquellos primeros años de lucha Maceo no era conocido, así que no tenía el prestigio a que Ud.

Se refiere y que sin duda tiene su figura aunque muchas veces la historia ha tratado de empequeñecerlo un poco porque era negro, y lo presentaban solo como un guerrero, cuando además de guerrero, de estratega militar, era un estadista, un hombre que se había superado extraordinariamente y cuyo civismo despertaba el respeto y admiración hasta de sus enemigos, pero Maceo era un arriero y un negro, y a un arriero negro (su familia era dueña de una arria de mulos para trasladar productos agrícolas a la ciudad, desde su pequeña finca), se le escatima el puesto real que merece en la historia de su Patria por sus méritos indiscutibles.2
El asalto al Moncada se produjo al amanecer del 26 de julio —según el santoral católico el Día de Santa Ana—. El anterior había sido el Día de Santiago Apóstol, el patrón de la ciudad, y apogeo de las fiestas de carnaval en esa provincia —villa fundada por Diego Velázquez, hace ahora dos siglos—. El carnaval permitía disimular la presencia de un número determinado de jóvenes procedentes —salvo una excepción— de La Habana y otras ciudades de occidente. Era usual que cubanos de cualquier provincia viajaran a la capital de la antigua provincia de Oriente para celebrar los carnavales. Un solo santiaguero, residente en la ciudad (Renato Guitart), tuvo conocimiento de  la fecha y hora del asalto, como integrante de la Dirección del movimiento —que no tenía nombre aún— y, después del hecho, fue mencionado y conocido como miembro de la Generación del Centenario.

Yo me encontraba en Santiago —mi ciudad natal— el 26 de julio. Desde la noche del 25 disfrutaba de los carnavales. Había viajado a Santiago, procedente de la Habana donde estudiaba Periodismo. Por ese motivo, pude escuchar los primeros tiros, que confundí con fuegos artificiales, como centenares de jóvenes y familias que aún disfrutaban de la fiesta en las avenidas donde se concentraba más público hasta el amanecer de la Santa Ana. Yo pensaba escribir una crónica sobre los carnavales, pero mi instinto periodístico me condujo a escribirla sobre los tiros: los tiros eran en el Moncada, y no por una “bronca” entre soldados como se decía —y era lógico que así se pensara—. Se iniciaba, sin imaginárnoslo, la transformación de Cuba. Ese día fue el comienzo del fin de medio siglo de frustraciones pos independencia del colonialismo español. De ello me daría cuenta, realmente, dentro de las barracas del cuartel. Hasta los periodistas avezados fueron impactados por las escenas mostradas “en el teatro de los hechos” —obviamente, decenas de muertos, no habían fallecido en combate, sino asesinados. Aunque con el rostro y otras partes del cuerpo destrozados, los habían vestido con uniformes nuevos, sin un orificio de bala—. Aquellas fueron —diríamos hoy— muertes extrajudiciales.
Algunos hechos son importantes para la sucinta mención a esta página de la historia de América:
  • La mentira primero, y la conjura del silencio inmediatamente después, fue el arma del enemigo contra los revolucionarios.
  • Los revolucionarios, con la voz de su líder, se convirtieron con el peso de la verdad en acusadores, cuando  habían conducido a los sobrevivientes al juicio, como acusados. Fue tan rotundo el peso de la verdad, con las acusaciones sobre los crímenes que el régimen “todopoderoso” se vio obligado a retirar al Dr. Fidel Castro (como acusado y abogado) de la espaciosa Sala del Pleno y buscar otra fecha para juzgarlo porque en aquella Sala Primera del Palacio de Justicia, donde radicaba la Audiencia, había muchos oídos receptivos.  
  • El alegato de defensa, La Historia me Absolverá, reconstruído por Fidel en el presidio de Isla de Pinos y publicado clandestinamente cuando aún estaba preso (encomienda que cumplieron cabalmente Haydée Santamaría y Melba Hernández), resultó ser el instrumento idóneo y efectivo no solo para que se conociera la verdad, en medio de una férrea censura de prensa, sino para que esta verdad hiciera tomar conciencia más profunda de la importancia de una revolución verdadera. Y eso que entonces en Cuba había un porciento elevado de analfabetismo. Por otra parte, vestía sus galas el macartismo y toda idea audaz o progresista se consideraba comunista y era atacada.
Seis años y cinco meses después del 26 de julio de 1953, triunfaba la Revolución. Esta había transitado un periodo de dura lucha: la prisión de Fidel y sus compañeros, sobrevivientes de la matanza; la lucha de muchos sectores del pueblo por la excarcelación de los revolucionarios; la preparación de la expedición del Granma; el desembarco; el comienzo fragoso de la lucha en la Sierra Maestra y en la clandestinidad y, al fin, el triunfo arrollador del 1ro. de enero de 1959, a partir del cual todos los países de América comenzaron a ser más libres, aún cuando los gobiernos de todas las naciones, con excepción de México, rompieron muy pronto relaciones con la Cuba revolucionaria, cumpliendo las instrucciones del amo yanqui. 

Hoy, todo es diferente; para bien de la Patria Grande, el 26 de julio demostró el triunfo de las ideas y de la rebeldía nacional por una causa justa. La Revolución iniciada con un revés, siguió adelante con Fidel apegado con firmeza a su concepción de pueblo. “¿Con que arma Ud. confiaba (…)?” le preguntó el Fiscal durante aquel juicio en la Sala del Pleno. Su respuesta contundente fue que confiaba en el pueblo. 

En la medida en que la Revolución cubana se enfrentó y se enfrenta a todos “los demonios”, los países de de Nuestra América consolidan su soberanía y se hacen más fuertes. Un día dijo Fidel, en los primeros años de la Revolución: “Hemos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos”. Quizá no pensó entonces que en tan corto tiempo para la historia —apenas 60 años—, los sueños de Bolívar y Martí, se convertirían en el proyecto consolidado de Hugo Chávez, en el concierto de naciones de UNASUR y la CELAC, justo en los tiempos del aniversario 160 del Apóstol, autor intelectual del Moncada.

Notas:
1. Declaración Final en el aniversario 50 de la fundación del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (1955)
2. Del libro El juicio del Moncada, testimonio antológico de la autora, prologado por Alejo Carpentier, Editorial Ciencias Sociales, del Instituto Cubano del Libro.

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